FEMINICIDIO: LE PIDO A DIOS QUE EL DOLOR NO ME SEA INDIFERENTE.

El día que mataron a Fátima Guzmán era igual que los anteriores al hecho, a excepción de que el jueves 7 de noviembre habíamos participado con el tema “Violencia Intrafamiliar y de Genero”, en el programa radial “Derechos Sin Fronteras” que se transmite por CTC-98.1 en la Ciénaga, Barahona, además de que el alba no brillaba como en días anteriores.

En el horizonte se podía observar una opacidad que distaba de lo que observamos cada mañana, parecería que la estrella mayor del sistema solar estaba en llanto. En esa circunstancia leí alrededor de las ocho de la mañana que habían ultimado una mujer en las Guayigas de Pedro Brand. Noticia que de no haber sido porque fue nuestra alumna en la Universidad Federico Henríquez y Carvajal, y que nos había consultado sobre un proceso judicial-que no era de violencia-habría pasado como un caso más de feminicidio que lamentar.

Sin embargo, haber tenido contacto por distintas vías con esa víctima, hace que las emociones sean muchas más reveladoras que cuando se trata de alguien desconocido hasta el momento. Haber tratado el tema el día anterior, también repercute en la forma que aceptamos la información.

Fue tal el impacto de la noticia, que lo comenté a seguidas con mi compañera de viaje, en esta aventura que se llama vida. Habíamos conversado en el programa de radio del día anterior al hecho trágico, que para hablar del tema de la violencia es innegable que los factores jurídicos son necesarios, pero no los más importantes, pues en el fenómeno de la violencia de género e intrafamiliar inciden factores sociales y culturales que van más allá de la norma penal que define, persigue y sanciona el delito.

En el caso de Fátima Guzmán el derecho penal es poco lo que puede hacer, ya que una vez consumado el hecho y el agresor muerto por suicidio el elemento disuasivo de la norma penal no tiene aplicación. Por ello la Ley 24-97 sobre Violencia Intrafamiliar y de Genero surte efecto cuando puede con el elemento disuasivo evitar que se cometa el hecho, una vez el acontecimiento es producido, el efecto reactivo solo sirve para apaciguar un dolor que nunca sanara.

Es poco lo que puede hacer el derecho penal una vez un agente toma la decisión de arrebatar la vida de alguien y al consumar el hecho se suicida, ese es el tipo de conducta exhibida por la mayoría de los victimarios en la violencia intrafamiliar y de género, cuando así actúa y piensa el agresor, a quien diablo va perseguir el derecho penal, por tanto, abordemos el problema desde otra perspectiva, no sobre la base de la sanciones drásticas, dado que en ellas es lo menos que piensa el agresor suicida.

Por ello hay factores culturales y sociales que deben ser abordados ex¬-ante; el factor jurídico solo tiene sentido ex¬-post, y cuando hay suicidio carece de objeto. Trabajando con los factores no jurídicos, la educación en la población, especialmente masculina, sobre la importancia de respetar los derechos de todos y cumplir con nuestras obligaciones serian mucho más efectivos para luchar contra la violencia intrafamiliar y de género. Pero también en la reacción penal no olvidar que se trata de hechos que tienen elementos especiales del delito, como que generalmente las víctimas conviven con el agresor-conviven con el enemigo-, que el agresor tiene un comportamiento social acorde con los parámetros exigidos y que sólo dentro de la privacidad del hogar muestra una actitud agresiva, que para el resto de la sociedad no se compadece con su comportamiento público. Partiendo de estos factores podríamos encaminar esfuerzos que disminuyan los hechos de violencias y sus consecuencias funesta para el futuro de la sociedad.

Los últimos casos nos han tocado las puertas para analizar el fenómeno desde distintas perspectivas, dado de que en cada mujer asesinada había un ser humano con una decisión firme como dice Alberto Cortés de “Construir Castillo en el aire, libre, echar alas para volar como las gaviotas, pero le dijeron que eso es imposible” “mas extendían sus alas hacia el cielo”, pero cuando iban ganando altura la condenaron a vivir con el resto de las gentes, había que contarle las alas. Se resistían a su condena de vivir con las gentes, por eso mueren tratando de ser libre. Esa libertad que solo podemos conseguir cuando decidimos que nadie tiene el derecho a decirnos cómo queremos vivir nuestras vidas, pues nuestros límites solo se detienen ante los derechos de terceros.

Por ello hoy debemos reflexionar sobre la forma en que queremos vivir ¿Qué sociedad queremos en el futuro? Qué haremos para contribuir a erradicar este mal que está dejando a nuestra juventud sin padres, sin madres, sin apoyo familiar, sin ese apoyo y guía espiritual que son nuestras madres, hermanas, esposas al fin ¡mujeres!
Al final “solo le pido a Dios que el dolor no me sea indiferente, que la receta “muerte” no me encuentre vacio y solo sin haber hecho lo suficiente ”.

Hay que vivir en una cultura diferente. Debemos reconocer que las mujeres no son propiedad de los hombres y viceversa, que nadie es dueño de la vida de otro, aunque convivan bajo el mismo techo. No más muerte por violencia de género e intrafamiliar.

Vamos hacer lo suficiente para decir: ¡Basta ya!

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